En el marco del Día de Muertos, el Ensamble Fénix, integrado por Sergio González (violín), David Viña (violín), Andrés Carballar (viola) y Luis Barajas (violoncello), fue parte de las celebraciones con un sorprendente y conmovedor concierto en el Teatro Principal.
A lo largo del programa “Día de Muertos, tradición con vida”, la agrupación, conformada después de la pandemia por cuatro solistas de la Orquesta Sinfónica de la Universidad de Guanajuato (OSUG), mostró el contraste entre la cosmovisión de la muerte en México y Europa, con obra del compositor alemán Félix Mendelssohn y la mexicana Gabriela Ortiz.
En la primera parte del concierto, con el usual estilo de cámara, el agudo dolor excelentemente ejecutado por las cuerdas en el Cuarteto en Fa menor Op. 80, de Félix Mendelssohn, hizo olvidar lo que ocurría en el exterior.
Esta obra fue compuesta en 1847, posterior a la muerte de la hermana del compositor, Fanny, también compositora, cuya música poseía una mejor calidad, según apuntan los estudios musicológicos. Ambos eran muy unidos, por lo que de principio a fin se percibe la melancolía y la desesperanza de Mendelssohn.
A diferencia del resto de las composiciones del autor, apegadas al canon decimonónico, en esta pieza se permite una libre expresión para el desahogo creando una atmósfera de sombra y llanto. Dos meses después, él también falleció por un derrame cerebral, cuyo aniversario luctuoso se conmemora este lunes 4 de noviembre.
Después del intermedio, al escenario se añadieron un altar de muertos, dos esculturas de perros xoloizcuintles, incienso y un tapete de cempasúchil sobre el que los músicos, luego de ingresar con una vela cada uno y depositarla en la ofrenda, se posicionaron.
Altar de muertos, de la mexicana Gabriela Ortiz, fue la obra elegida para llenar de magia el recinto. Con elementos básicos de la rítmica prehispánica, según se explicó previamente, la artista juega brutal y libremente para construir un estilo propio, cuya interpretación representa un reto de alta complejidad al extremar el folclor con los recursos de la composición contemporánea.
La obra es parte de una serie de “altares” dedicados a diversos elementos de la naturaleza, como el viento y el fuego. Este en particular fue dedicado al hijo de un colega y estrenado en 1996 a manera de ritual y como alegoría de la muerte, pasando desde la trágica desesperación por la pérdida hasta una celebración en suma festiva, donde destaca una melodía huichol.
“Ortiz va más allá de su composición, piensa en todos los aspectos, es una poeta de la música con herramientas gramaticales, sabe cómo mezclar los elementos del lenguaje sonoro para convertirlo en literatura”, comentó Luis Barajas.
Para esta ocasión especial, por primera vez, la gerencia de la OSUG gestionó una colaboración con los Departamentos de Artes Escénicas, Artes Visuales, Diseño y Arquitectura de la UG. La participación de las y los estudiantes enriqueció la propuesta creativa de la escenografía y el montaje. A través de la danza, Kennia Lizeth Balderas Ortiz y Jesús Enrique Mocoroa Nava, con la narración de Jesse Gersai Sosa Cortez, personificaron el encuentro de una pareja entre la vida y la muerte, gracias a la tradición que permite la visita de los seres amados.
Aunque era un cuarteto de cuerdas, la percusión estuvo presente con tambores, huesos de fraile en los tobillos de los músicos y la misma percusión de las cuerdas al atacar las notas. Durante una intervención solista de David Viña, entre la audiencia resonó el sollozo conmovido de alguna asistente.
En el último movimiento de la obra, los músicos portaron máscaras de calavera en sintonía con la audiencia, a quien las y los estudiantes maquillaron previo al inicio de la función. Como regalo adicional, interpretaron la canción popular “Llorona”, con un arreglo de Jacobo Cerda, mientras el dúo de bailarines engalanó el misticismo con una muestra de vals.
Sin duda, este espectáculo constituyó una ofrenda no solo para Mendelssohn y Ortiz, también para el público guanajuatense y extranjero, donde quedó manifiesta la versatilidad, el talento y el entusiasmo de los cuatro solistas de la OSUG.