A la ballena franca glacial (Eubalaena glacialis) también se la conoce como la ballena de los vascos. Su nombre quizá se deba a que fuera una de las piezas favoritas de los balleneros del norte de España cuando surcaba las aguas del golfo de Vizcaya durante su migración anual. Hace más de un siglo que no es avistada por esta parte del Atlántico. Ahora, una investigación con más de la mitad de las 250 adultas que quedan ha descubierto que llevan años creciendo cada vez menos.

La ballena de los vascos está entre los animales más amenazados del planeta, según datos de la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza, que la tiene en su lista roja como en peligro crítico. Desde los años ochenta del siglo pasado su caza, ya sea comercial o tradicional, está prohibida. Sin embargo, su población no deja menguar. Aunque cada año mueren varias tras pasarles por encima algún barco o enredadas en artes de pesca, esta mortalidad no explica la bajísima ratio de reproducción de estos cetáceos. Hay quienes sostienen que el estrés por los encontronazos con los humanos y sus actividades está siendo la puntilla que está llevando a la extinción a estos animales.

Una manifestación física de los elevados niveles de estrés sería lo que han observado ahora un grupo de científicos de varias instituciones de Estados Unidos. Gracias a las fotografías tomadas primero por aviones y después por drones, han podido medir la longitud de 129 ballenas francas glaciales nacidas desde 1981. Esta técnica, la fotogrametría, se ve muy facilitada porque estas ballenas tienen unas callosidades características en la cabeza que, para los biólogos, funcionan como huellas dactilares. Partiendo de los 10 años como edad base, han comprobado que las adultas miden de media un metro menos de lo que deberían. Eso supone una reducción de su envergadura de más de un 7%. Actualmente, los cetáceos más longevos pueden alcanzar los 14 metros de longitud, pero hay antiguos huesos que indican que en el pasado podían superar los 18 metros.

Joshua Stewart es investigador de la Administración Nacional Oceánica y Atmosférica (NOAA, en sus siglas en inglés), una agencia del Gobierno de EEUU. Stewart también es el principal autor de esta investigación y destaca que aquel porcentaje es solo el promedio. “Hay también casos extremos en los que ballenas jóvenes son varios metros más pequeñas de lo que deberían”, dice. Incluso las crías miden menos de lo que les correspondería por su edad.

Podría haber otras causas de este empequeñecimiento, como la disponibilidad de comida o el cambio climático, pero ni la abundancia de copépodos, los crustáceos microscópicos de los que se alimentan, ni las temperaturas del agua en su rango geográfico han variado sustancialmente en este tiempo. Por eso los autores del estudio introducen las artes de pesca en la ecuación. De hecho, un 10% de las imágenes muestran a ballenas con redes y otros aparejos enredadas en morro, aletas o cola.

En su libro We Are All Whalers (Todos somos balleneros, aún no traducido al español), el biólogo y veterinario marino Michael Moore señala, como dice el título, que no solo los balleneros japoneses o noruegos son responsables del declive de los mamíferos más grandes del planeta. Y señala al sector pesquero, al transporte marítimo y todos los que directa o indirectamente están relacionados con ambos sectores.

“Sin un sólido historial de partos, incluso si dejamos de matar ballenas, no veremos crecer la población”

MICHAEL MOORE, BIÓLOGO MARINO Y AUTOR DEL LIBRO ‘WE ARE ALL WHALERS’ (TODOS SOMOS BALLENEROS)

Moore es director del centro de mamíferos marinos de la Institución Oceanográfica de Woods Hole (WHOI son sus siglas en inglés) y ha participado en esta investigación. En un correo, explica el impacto de la pesca en las ballenas de los vascos: “Pueden enredarse en las redes de enmalle y en las cuerdas colocadas para marcar y recuperar trampas para langostas y cangrejos”. De hecho, son estas cuerdas y no las redes en sí las que generan más problemas, al menos en la región que han estudiado, la parte oeste del Atlántico norte.

El biólogo detalla el suplicio: “Al enredarse pueden quedar ancladas si el material es lo suficientemente pesado y, si pueden alcanzar la superficie y logran respirar, pueden permanecer allí durante mucho tiempo hasta que mueran de hambre. Si no llegan a la superficie, se ahogarán. Si pueden liberarse, a menudo nadan con redes o cuerdas, y anclas y trampas, que pueden envolver sus cuerpos y cortarles la cabeza, las aletas y la aleta caudal. El arrastre de la cuerda y las trampas pueden acabar con su energía y hacer que se debiliten y mueran. O pueden escabullirse de la cuerda y recuperarse, pero tienen que lidiar con la deuda de energía en la que incurrieron. El enredo puede ralentizarlas y hacerlas menos capaces de alimentarse de manera eficiente. Pueden volverse más susceptibles a las infecciones y menos propensas a quedar embarazadas. También crecerán más lentamente como hemos mostrado en este artículo”. Algunas de las ballenas que fotografiaron más de una vez llevaban aparejos en su cuerpo hasta 334 días después de la primera fotografía.

Todo esto debe provocarles un inmenso estrés. De hecho, otro estudio realizado en 2017 por algunos de los autores del actual analizó las heces de ballenas de los vascos. Comprobaron que los de aquellas enredadas, ya estuviesen muertas o aún vivas, tenían niveles de glucocorticoides mucho más elevados que las que no estaban atenazadas por redes. Estas sustancias son conocidas como las hormonas del estrés.

“Obviamente, la mortalidad por enredamiento o colisión con barcos reducen la población”, recuerda Moore. “Pero los impactos sub-letales son igual de importantes, ya que al enredarse tendrán menos probabilidades de quedarse embarazadas debido a que son demasiado delgadas”, añade. Al ser más pequeñas de lo que deberían, tienen una menor disponibilidad de grasas. “Cuando las condiciones de cría se complican, los animales más grandes aún tienen reservas para sacar a su cría adelante, pero los más pequeños, no. Sin un sólido historial de partos, incluso si dejamos de matar ballenas, no veremos crecer la población”, concluye. Solo en los últimos cinco años, el número de ballenas de los vascos ha descendido en un 20%.

Los autores del estudio temen que lo que han observado entre estos cetáceos también esté sucediendo con otras ballenas. “Debido a que las ballenas francas tienen este conjunto de datos increíblemente detallado con edades conocidas, tamaños, historias de enredamientos, etc., podemos examinar directamente cómo estos impactos están afectando sus tasas de crecimiento”, dice Stewart, el científico de la NOAA. Pero en otras especies, con mayores poblaciones o sin rasgos tan distintivos como las vellosidades de la cabeza, estudios como este no son tan fáciles de realizar. “Mi conjetura es que muchas otras especies están siendo afectadas de manera similar, pero simplemente no tenemos la capacidad de detectarlo en poblaciones menos estudiadas”, concluye.

¿Qué hacer? Como dejar de comer pescado ni de importar o exportar por vía marítima no son opciones realistas, los científicos proponen algunas ideas prácticas y factibles. La bióloga marina del Acuario de Nueva Inglaterra (EE UU) y coautora del estudio Amy Knowlton recuerda en una nota de prensa algunas de ellas: “La implementación de soluciones comprobadas, como reducir la velocidad de los barcos, reducir la resistencia a la rotura de las cuerdas y artes de pesca sin cuerdas a lo largo de todo su hábitat son pasos críticos y urgentes necesarios para evitar la extinción de esta especie”.

El profesor de la universidad danesa de Aarhus Fredrik Christiansen lleva años estudiando el impacto de diversas actividades humanas en las ballenas barbadas, como las francas, las grises o los rorcuales. Para este fisiólogo marino, que no ha intervenido en esta investigación con las ballenas de los vascos, sus resultados son muy relevantes. “Creo que esta es la primera vez que se ha demostrado que los efectos sub-letales humanos conducen a una reducción en las tasas de crecimiento de una especie de ballena”, dice.

El año pasado, Christiansen publicó los resultados de una investigación que comparaba el estado general de las ballenas francas glaciales con el de sus parientes, las francas australes, otra especie propia del hemisferio sur. Comprobaron que las del norte estaban mucho peor. “Se ha demostrado que esta mala condición está provocada en gran parte por enredos prolongados en los artes de pesca, que las ballenas arrastran durante semanas y meses. La resistencia y el peso extra de este material hacen que las ballenas gasten mucha más energía para nadar y mantenerse a flote de lo que normalmente lo harían, y esto está agotando sus reservas de energía [grasa]. Como consecuencia de esto, no tienen suficiente energía disponible para crecer y reproducirse”, concluye el científico danés.