Hace más de 40 años, el 3 de junio de 1980, a las 3 de la madrugada, una llamada del Pentágono despertó a Zbigniew Brzezinski, consejero de Seguridad Nacional del entonces presidente Jimmy Carter. Al otro lado del teléfono, su ayudante le dijo que la Unión Soviética había lanzado un ataque nuclear con 220 misiles. “Necesito confirmación de eso”. El ayudante volvió a llamarle y le dijo: “Perdón son 2.200 misiles soviéticos y vienen hacia aquí”. Brzezinski decidió no despertar a su mujer porque, si Washington iba a ser destruido en una hora, prefería que muriese dormida. Tenía entre tres y siete minutos para llamar al presidente y lanzar un contraataque, pero antes de que se acabara el plazo, una tercera llamada demostró que se trataba de una falsa alarma provocada por un error informático. Este pánico nuclear ha sido eclipsado en las últimas décadas por otros grandes acontecimientos: la caída del Muro de Berlín, el 11-S, la Gran Recesión, y ahora, la pandemia. Pero la amenaza, según los expertos, está muy lejos de desaparecer.

Con el fin de renovar el equilibrio nuclear, Estados Unidos y Rusia mantendrán una primera reunión al más alto nivel en Ginebra el 28 de julio, según han confirmado Moscú y el Departamento de Estado. Este encuentro, llamado Diálogo sobre Estabilidad Estratégica, es el primero entre las dos superpotencias tras la cumbre celebrada el pasado 16 de junio en la ciudad suiza entre el presidente ruso, Vladímir Putin, y el demócrata Joe Biden. Nada más llegar a la presidencia, Biden anunció que prorrogaría hasta 2026 el tratado New START de 2010, firmado por los entonces presidentes Barack Obama y Dimitri Medvédev, que limita el número de cabezas nucleares desplegadas por Rusia y EE UU a un máximo de 1.550 y 700 sistemas balísticos en tierra, mar y aire. Según la Federación de Científicos Americanos (FAS, en sus siglas en inglés), Washington tiene unas 3.600 cabezas nucleares en sus arsenales y Moscú unas 4.300 y ningún otro país tiene más de 300. Pese a que las tensas relaciones entre Washington y Moscú marcaron aquella cita de junio, aún se impuso el espíritu de Mijaíl Gorbachov y Ronald Reagan en el mismo lugar en 1985, cuando coincidieron en que “una guerra nuclear no tiene vencedor” y la reunión del próximo miércoles debería servir para allanar el camino no solo de futuros acuerdos de desarme, sino a establecer la base de una nueva arquitectura de seguridad global.

Así lo cree Daryl G. Kimball, director ejecutivo de Arms Control Association, que opina que “a ambas partes les gustaría que estas discusiones condujeran a posibles acuerdos que ayudaran a limitar la amenaza de un conflicto nuclear, a reducir el exceso de armas atómicas de largo y corto alcance, a configurar algunas reglas comunes para operaciones en el espacio exterior y a un posible entendimiento sobre los sistemas de defensa de misiles”. Menos optimista es John Krzyzaniak, experto en no proliferación y política nuclear del prestigioso Instituto de Estudios Estratégicos de Londres (IISS, en sus siglas en inglés). “No deberíamos esperar resultados tangibles de esta primera ronda de conversaciones. El Diálogo sobre Estabilidad Estratégica es diferente de cualquier futura negociación sobre un nuevo acuerdo de control de armas que suceda al New START. Será un largo proceso y esto es solo el comienzo”, asegura en un correo electrónico.

Durante medio siglo, las negociaciones nucleares entre EE UU y la Unión Soviética, después Rusia, generaron varios acuerdos de desarme. Algunos han sido abandonados como el Tratado sobre Misiles Antibalísticos en 2001 y el Tratado de Fuerzas Nucleares de Alcance Intermedio (INF, por sus siglas en inglés) en 2019, pero la estabilidad sigue siendo un juego de dos (el 90% de las cabezas nucleares está en posesión de las dos superpotencias como en los tiempos de la Guerra Fría) basado en la lógica de la Destrucción Mutua Asegurada (MAD, en inglés). Pero el mundo ha cambiado y aunque el desarme supuso una disminución de 38.000 cabezas nucleares, un 79% de caída entre 1991 y 2010, el antiguo control de armas ya no funciona en esta década del siglo XXI. Como escribe el experto Steven Pifer en el artículo Nuclear arms control in the 2020s publicado en el centro de estudios Brookings Institution: “El modelo de estabilidad estratégica es hoy más complejo. En lugar de un modelo de dos jugadores basado únicamente en las fuerzas nucleares estratégicas, hoy hay múltiples jugadores y múltiples campos de actuación. Las fuerzas nucleares de un tercer país como China deben entrar en la ecuación. Además de las armas nucleares el modelo debe tener en cuenta la defensa antimisiles, las armas convencionales de precisión, el espacio y la revolución informática”.

Actualmente hay nuevos miembros en el club nuclear. Según The Economist, 17 países tienen un programa atómico formal, 10 pueden fabricar una bomba –si se incluye a Irán- y nueve poseen armas nucleares (además de Rusia y EE UU, Francia, el Reino Unido, China, la India, Pakistán, Israel y Corea del Norte). Además hay nuevos posibles teatros de guerra como el espacio exterior y el ciberespacio y el avanzado desarrollo tecnológico de nuevas armas como los misiles hipersónicos, las ojivas nucleares de bajo rendimiento -que tienen la capacidad destructiva de un tercio de la bomba de Hiroshima-, o los drones nucleares submarinos. “Es difícil hablar de equilibrio nuclear en un mundo donde nueve países tienen la bomba y todos tienen diferentes teorías sobre el significado y el fin de sus arsenales. Pero es correcto decir que el hundimiento de la arquitectura de control de armas entre Estados Unidos y Rusia ha desatado una nueva carrera nuclear”, asegura Krzyaniak.

CON INFORMACIÓN DE EL PAÍS.