Pocos líderes mundiales se han reunido tantas veces como el chino Xi Jinping y el ruso Vladímir Putin: 38. Pero desde hace ocho años, cuando Rusia acababa de ocupar Crimea, ningún encuentro entre ambos había generado tanta expectación como el previsto este viernes. El líder ruso, que ha llegado a Pekín para presenciar la inauguración de los Juegos Olímpicos de Invierno, tratará con su homólogo chino sobre una “visión común de la seguridad”, según el Kremlin, en plena crisis con Occidente en torno a una posible invasión rusa de Ucrania. Será la primera cita cara a cara de Xi con otro mandatario desde los primeros tiempos de la pandemia, en un gesto simbólico de la relación cada vez más estrecha entre ambos países.
Esa amistad cada vez más intensa entre China y Rusia, tras décadas de profunda desconfianza, es algo que beneficia a ambos. Los dos perciben a Estados Unidos como el rival común contra el que se apoyan mutuamente. Comparten una misma visión —escéptica cuando menos— sobre los valores democráticos occidentales. Hay química entre Putin y Xi, quien calificó al ruso de “viejo amigo” en una videoconferencia en diciembre. Además, han celebrado juntos los respectivos cumpleaños.
La reunión de este viernes —un almuerzo de trabajo antes de que acudan al estadio de El Nido para presidir la ceremonia inaugural— guarda notables similitudes con la de 2014. Entonces, tras la anexión de la península ucrania de Crimea, Rusia se encontraba contra las cuerdas. Se había convertido en un paria a ojos de Occidente. Su economía se había contraído a raíz de las duras sanciones internacionales. Pero la firma de un acuerdo por 400.000 millones de dólares [unos 350.000 millones de euros al cambio actual] para el suministro de gas natural a China le supuso una tabla de salvación, tanto económica como diplomáticamente. No solo Moscú encontraba una nueva fuente de ingresos para suplir la pérdida de las ventas de combustible a Europa; el pacto también enviaba el mensaje de que no estaba aislado ante Occidente.
Aquella firma marcó el despegue de una relación que, convertida en una alianza informal, no hace sino fortalecerse en todos los campos. China ya representa el 20% del comercio ruso, frente al 10% de 2014. Ambos países desarrollan maniobras militares conjuntas. Incluso han firmado un memorando para construir juntos una base lunar.
Como en 2014, Ucrania vuelve a ser el telón de fondo. Occidente trata de alejar el fantasma de una invasión rusa. Y China, ahora consolidada como potencia mundial, mucho más fuerte que hace ocho años y con mayor peso internacional que su vecino y socio, vuelve a perfilarse como el gran amigo de Moscú.
Los dos líderes firmarán una quincena de acuerdos sobre energía y finanzas, según ha adelantado el Kremlin. Sobre la mesa hay un nuevo acuerdo de expansión de suministro de gas que complemente el del gasoducto Poder de Siberia, que recorre 4.000 kilómetros y se encuentra operativo desde 2019. Y, en particular, subrayarán su “visión común” en materia de seguridad en una declaración conjunta sobre “la entrada de las relaciones internacionales en una nueva era”, según ha adelantado un portavoz del Gobierno ruso.
El propio Putin ha enfatizado esa visión común. “Nuestros países desempeñan un papel estabilizador importante en el complicado clima internacional actual, promoviendo una mayor democracia en el sistema de relaciones internacionales para hacerlo más equitativo e incluyente” ha indicado en un artículo bajo su firma publicado por la agencia de noticias oficial china Xinhua. Los dos países “coinciden, o están muy cerca” en la mayoría de asuntos internacionales, ha sostenido el presidente ruso.
Pekín dio un paso adelante en esa cercanía la semana pasada, cuando en una conversación telefónica con el secretario de Estado de EE UU, Antony Blinken el ministro chino de Exteriores, Wang Yi, apoyó la posición rusa en Ucrania y Europa del Este, donde Moscú reclama que la OTAN renuncie a expandirse. Wang opinó entonces que “las preocupaciones razonables de Rusia sobre seguridad deben tenerse en cuenta”, criticó la “mentalidad de la Guerra Fría”, en una velada alusión a Washington, y subrayó que “no se puede garantizar la seguridad regional sobre la base de expandir un bloque militar”, en referencia a la Alianza Atlántica.
Esa declaración va más lejos que las que Pekín —opuesto a respaldar cualquier iniciativa de apoyo a movimientos independentistas— llegó a formular nunca sobre otras intervenciones de Rusia, en opinión de Evan Feigenbaum, del Carnegie Endowment for International Peace en Washington. Antes de la ocupación de Crimea, que China nunca ha reconocido, Moscú envió tropas a Georgia para apoyar la secesión de la región de Abjasia precisamente durante los primeros Juegos Olímpicos de Pekín, en 2008, sin que el Gobierno chino se alineara con el Kremlin.
Pero desde entonces, la relación entre China y Estados Unidos se ha deteriorado, y Rusia ha ganado valor como socio. “Entre la inconsistencia con los principios y la realidad geopolítica, el Gobierno chino ha optado por la realidad geopolítica, que se impone a todo lo demás”, consideraba Feigenbaum en una mesa redonda este miércoles.
Sus economías se complementan: China puede proveer a Rusia de infraestructuras, alta tecnología y semiconductores, Moscú proporciona armamento moderno, productos agrícolas y gas y petróleo para las inmensas necesidades energéticas de su vecino. El comercio entre ambos alcanzó los 147.000 millones de dólares (unos 129.000 millones de euros) el año pasado, y ambos Gobiernos esperan que este año se superen los 200.000 millones de dólares. Los dos países zanjaron las disputas sobre su frontera, la más larga del mundo con más de 4.000 kilómetros, con un tratado que les ha permitido reasignar fondos presupuestarios y soldados.
“En parte, la concentración rusa de tropas en la frontera con Ucrania es consecuencia indirecta del tratado fronterizo con China”, apunta Alexander Gabuev, del Centro Carnegie en Moscú. “El número de soldados desplegados en la frontera [ruso-china] hoy es el más bajo desde 1922”.
CON INFORMACIÓN DE EL PAÍS MÉXICO.